“Sous le ciel de Paris s’envole une chanson, hum hum…”
Los amantes de la chanson française están de félicitations porque las notas del gorrión de París vuelven a escucharse en Madrid. Más concretamente en el Teatro Fígaro. Todo gracias a Piaf, voz y delirio, un musical que llega desde tierras venezolanas, escrito por Leonardo Padrón y protagonizado por Mariaca Semprún.
El espectáculo recorre la vida de la cantante y sus famosérrimos temas durante cerca de dos horas. Su trágica vida (desde su infancia en las calles de París hasta el idilio sin final feliz con el boxeador Marcel Cerdan) pasa ante los ojos del espectador en flashes, en un recorrido similar a otros acercamientos a su figura ya vistos en pantallas y escenarios, como la intensísima película protagonizada por la oscarizada Marion Cotillard. Nada nuevo bajo el sol en este sentido para los fans (aunque el texto de Padrón contiene destellos poéticos que quieren elevar la función más allá del mero biopic), que se sabrán la vida y muerte de la cantante de pé a pá. Nada nuevo, claro, más allá de una interpretación aboslutamente de órdago de su actriz protagonista: Mariaca Semprún.
“Mariaca Semprún se transmuta en la Môme Piaf en cuerpo y alma. Y emociona desde una cuidadísima composición gestual que evoluciona de manera espléndida a medida que avanza la función. Además de enfrentarse a un texto que es en realidad monólogo encubierto”
La actriz y cantante venezolana se transmuta en la Môme Piaf en cuerpo y alma. Y emociona desde una cuidadísima composición gestual que evoluciona de manera espléndida a medida que avanza la función. Y, por supuesto, desde una voz que cada vez que entona las melodías de la Piaf pone los pelos como escarpias tamaño XL. Además de enfrentarse a un texto que es en realidad monólogo encubierto. Bueno, o sin encubrir, porque en ningún momento sus cuatro acompañantes en escena hacen el menor amago de hablar. La función es Mariaca Semprún, vamos. Y la actriz supera el reto (que no era una nimiedad) con sobresaliente.
La parte negativa es que, si la labor de su protagonista es de sobresaliente, la puesta en escena es de suficiente raspado, siendo muy generosos. Y es que uno mientras ve la función tiene un poco sensación de montaje de fin de curso escolar. Ni esos dos paneles en continuo movimiento para transformar partes del escenario en casas y calles ayudan (más bien todo lo contrario, distraen y quedan algo dispersas en el espacio), ni las imágenes de archivo enriquecen el montaje (es un recurso algo recurrente a estas alturas de la vida), ni el diseño de iluminación saca partido de la escena (más bien resalta sus carencias). Así como esos acompañantes mudos, casi fantasmas (en ese sentido podría ser interesante sus figuras) tampoco aportan demasiado más allá de desplazar los elementos a través del espacio.
“La parte negativa es que la puesta en escena es de suficiente raspado, siendo muy generosos: uno tiene un poco sensación de montaje de fin de curso escolar. Parece que no hay un director de escena como tal, y tal vez el espectáculo se resiente por ello”
Parece que no hay un director de escena como tal sino un grupo de dirección (Miguel Issa, Valentina Sequera, Paul Márquez, Leonardo Padrón y la propia Mariaca Semprún) y tal vez el espectáculo se resiente por ello. La verdad es que seguramente sería de diez si sólo estuviera Semprún en escena, con la banda (porque, elemento muy a favor, cuenta con música en directo) y su voz. Eso, o cuentas con una producción de otro nivel (como el musical de Pam Gems que pasó por Madrid hace ocho años, al más puro estilo West End londinense) y ya metes hasta un avión si te apetece en plan Miss Saigon.
De todas formas, este nuevo musical de Piaf contiene momentos (muchos, básicamente cada vez que sale una canción de la boca de esta Semprún–Piaf) que hace que merezca la pena acercarse a su voz y su delirio para poder aplaudir a rabiar la labor de su protagonista: esta Mariaca Semprún que consigue que bajo el cielo de Madrid vuelen las canciones de Edith Piaf alto. Pero que muy alto. Hum hum.