Un tren de juguete cruza el escenario. Pepe Rey, el protagonista, llega con su modernidad al pueblo imaginario de Orbajosa (imagen de tantos otros verdaderos). Allí va para cumplir el arreglo que su padre y su tía hicieron: casarse con su prima. En el ínterin, intentará argumentar con sus habitantes sobre modernidad, progreso y mil temas más que los orbajosenses no aceptarán de buen grado, en especial su tía: Doña Perfecta. El mismo tren del comienzo hace el viaje contrario al final de la obra. La modernidad no ha podido con la tradición. Y la tragedia se ha instalado entre un trayecto y otro. Ésta es Doña Perfecta, el texto de Benito Pérez Galdós que Ernesto Caballero ha decidido llevar a las tablas del María Guerrero. Su primera obra como director del CDN. Una apuesta arriesgada (no se ven muchos Galdós en escena) y a la vez profundamente moderna. Porque el texto del canario podía haber sido escrito hace dos meses. Y puede que incluso hubiera sido revolucionaria hoy día, porque hay un anticlericalismo (contra las tradiciones absurdas, no contra la religiosidad en sí) y crítica social de narices aquí dentro.
Caballero propone una puesta en escena interesante para acercarse a este clásico de Galdós. Por un lado, decide huir del alcanfor y opta por una intención simbólica. La acción sucede en un patio de azulejos desconchado, imagen de tradición caduca. En el suelo, una plataforma giratoria en forma de anillo hace aparecer y desaparecer los muebles en los cambios de escena. Un sistema bastante acertado que hace fluir suavemente las transiciones. También se utilizan proyecciones en diferentes momentos, unas muy atractivas y acordes con la escena y otras algo menos afortunadas. La música choca en un pimer momento (Peter Gabriel mezclado con Benito Pérez Galdós parece algo raruno, para qué nos vamos a engañar), pero lo cierto es que funciona. Y respecto al vestuario, hay una idea potencialmente fantástica: involución. Se empieza con un vestuario actual, pero vamos retrocediendo, pasando por los cincuenta hasta el siglo XIX. El problema es que la propuesta no llega a cuajar del todo. Y (además de que algunos modelitos son bastante desafortunados) el cambio al s. XIX supone una ruptura demasiado drástica con el resto de la obra. A partir de este momento el interés decae de forma peligrosísima (tal vez porque la historia de Pepe Rey parece que ya ha terminado, tal vez por esa ruptura excesiva del vestuario, o tal vez porque el tema de las guerras carlistas interesa menos que el conflicto estricto de los personajes).
En resumen, que esta Doña Perfecta es algo imperfecta, pero merece la pena acercarse a ella. A este mundo arcaico, de hipocresía y apariencias (tan actual por otra parte). Al enfrentamiento salvaje de las dos Españas. A un texto repleto de reflexiones tremendas: Hago lo que hacen las sociedades cuando una brutalidad tan ilógica como irritante se opone a su marcha. Pasan por encima y lo destrozan todo con feroz acometida. Tal soy yo en este momento: yo mismo no me conozco. Usted me ha traído a este horrible extremo… ¿De quién es la culpa, mía o de usted?